La casa en Mango Street — Sandra Cisneros




Cuando le preguntan a Sandra Cisneros (Chicago, 1954) si su alma es mexicana o estadounidense, ella contesta —“¿Puede una persona sentirse hija de su padre y de su madre a la vez? Yo creo que no supone ninguna contradicción. Si me hubieses hecho la misma pregunta de pequeña te hubiera contestado: “I’m Mexican”, respondiéndote en inglés. Así es cómo me siento: mexicana del lado de Estados Unidos”
Sandra Cisneros es una de las mejores representantes de la literatura chicana actual. Probablemente, lo que la hace excepcional es su voz. Habla desde ese territorio de fusión que ya no pertenece a ninguno de los dos lados de la frontera sino que constituye, en sí mismo, algo único. Es una identidad original que nace atrapada entre sus ancestros mexicanos y su presente ya transculturado.
En La casa en Mango Street (1989) Cisneros nos revela magistralmente el universo chicano de su infancia. Funciona muy bien la estructura de “collage” y los capítulos breves. Permiten una sucesión de ágiles historias ensambladas por un destino compartido: el de niños pobres latinos, en el segregado Chicago.
Sus páginas están llenas de personajes magníficamente construidos. Jóvenes marginales como Alicia, que heredó el rodillo de amasar de su madre y estudia por las noches; o Ruthie que “podría haber sido muchas cosas si hubiera querido”, pero se casó y se mudó a una casa fuera de la ciudad y ahora “duerme en un sofá en el cuarto de estar de su madre”. Historias que relatan abusos, maltrato y desigualdad en la Tierra Prometida.
Pero en ese escenario destaca Esperanza, la narradora. Ella es diferente porque no acepta la sumisión. Es la “Nueva Chicana” —“yo he decidido no crecer domesticada como las demás, que reclinan el cuello en el patíbulo esperando que caiga la guillotina (…). He empezado mi propia guerra silenciosa. Simple. Segura. Yo soy la que se levanta de la mesa como un hombre, sin dejar bien colocada la silla ni recoger el plato”. Y en esa “guerra silenciosa”, la educación —y la literatura— representan la posibilidad de un futuro mejor. No en vano, muchos jóvenes en la actualidad, siguen leyendo este libro en las escuelas norteamericanas y, como Esperanza, hoy sueñan con esa “casa propia”.
También el lenguaje es primordial. Constituye la arcilla con la Cisneros modela su mundo. Se trata de un “lenguaje transgresor, al margen de los cánones estadounidense y mexicano, que refleja una nueva realidad hecha de mezclas y no de esencias”. En el discurso, el español aparece de manera esporádica: frijolestamaleschanclasespíritus o comadres… pero también, subyace en muchas ocasiones. La narradora, que habla inglés, tiene un nombre español, y no es un nombre cualquiera: es futuro y es promesa.
En definitiva, Cisneros relata un universo construido desde la óptica de la “minoría latina” en Estados Unidos, pero también desde la visión de la clase obrera y desde el feminismo militante. Y con esas “cartas de perdedora” —latina, pobre y mujer— traza un horizonte de emancipación en el que la literatura, se convierte en una herramienta destinada a la conquista de las libertades que el sistema niega.
Puede que esto último sea discutible por idealista —lo admito—, algunos pensaran que la literatura no es cambio social ni activismo… Pero en tiempos de muros que albergan odio y miedo, quiero creer que la literatura tiene algún poder: el de hacer visible, lo que sencillamente, nos negamos a ver.

Edición: Vintage Español. Random House
Páginas: 112
ISBN: 978-0-679-75526-5
Precio:  13,30 €

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